A finales de los años 40 y comienzos de los 50 Italia vivió la moda de las fotonovelas. En realidad, se trataba de una evolución lógica del éxito que desde los años 30 habían cosechado los cómics en aquel país. Unos cómics que allí se conocían popularmente con el nombre de "fumetti", término que se refería a los "globos" o "baloons" en los que figuraban los diálogos, y que en el país transalpino les recordaba (con razón) a humo saliendo de la boca de los personajes.
Si bien los primeros "fumetti" se dedicaron al género humorístico, de western y de aventuras, no tardaron las editoriales en buscar nuevos temas y con ellos nuevos lectores. Y lectoras. Porque los "fumetti" y los "albi" (historietas en formato apaisado) tenían casi siempre a los varones como pricipales consumidores. La publicación de historias de romance a finales de los años 40 (coincidiendo prácticamente con las fechas en las que el género tambíen surgió en Estados Unidos) tenía por objeto convertir a las jóvenes italianas también en asiduas lectoras de aquellas revistas. Sin embargo, en vez de emplear ilustraciones para las viñetas, se forjó el formato de fotonovela, contratando actores a los que se fotografiaba para hacer luego una composición similar a la de los cómics. De hecho, en Italia se consideraba que el género romántico aplicado a las historietas había nacido allí (Corriere della Sera, 30-XII-1954).
El éxito fue enorme, sobre todo con la revista Grand Hotel, atrayendo a numerosas jóvenes deslumbradas con amores idílicos, romances imposibles y atractivos galanes. Se forjó de hecho toda una industria de las fotonovelas, en la que no pocas muchachas empezaron a labrarse una carrera como actrices (como Gina Lollobrigida). Es más, en ocasiones estas actrices transalpinas eran el modelo con el que se comparaban las grandes estrellas estadounidenses como Rita Hayworth (Corriere de la Sera, 20-V-1949): ¡las chicas italianas de aquellas revistas se habían convertido en el canon de belleza!
En este contexto nació precisamente la primera película dirigida por el genial cineasta italiano Federico Fellini, Lo Sceicco Bianco ("El Jeque Blanco", 1952). El argumento era bastante simple: la cándida protagonista, Wanda, aficionada al dibujo y obsesionada con las fotonovelas, aprovecha su viaje de novios a Roma para acudir a la editorial que publica la revista "Lo Sceicco Bianco", su fotorromance favorito. En su alucinación, la muchacha cree que todo aquel fantástico mundo de ficción es real, sólo para darse de bruces con la cruda realidad: las exóticas fotos se obtienen en escenarios cutres, con figurantes poco profesionales que nada tienen que ver con el exotismo de los "fumetti". Y lo que es peor, el actor que da vida al Jeque Blanco se halla a las antípodas del romántico héroe, demostrando ser un sujeto amoral que no tarda en intentar seducir a la recién casada Wanda.
La prensa italiana vio en Lo Sceicco Bianco una crítica al mundo de los "fumetti" y al impacto que ocasionaban en la psique de las jóvenes (L'Unitá, 14-XII-1952). Algo que debe entenderse en el contexto de una intensa campaña anticómic que empezó a gestarse en Italia a comienzos de los años 40.
De hecho, la prensa relató con frecuencia situaciones idénticas a la vivida por Wanda en la película de Fellini, reflejando así que la película no era más que un trasunto de la realidad misma. Algunos de los diarios de mayor tirada del país (Corriere della Sera, La Stampa y L'Unitá) informaron de sucesos protagonizados por jóvenes procedentes del medio rural que, hipnotizadas con las historias de las fotonovelas, huían de sus hogares paternos para acudir a las grandes ciudades en busca de un amor imposible o con la intención de convertirse en actrices de fotonovelas para vivir en sus carnes aquellas pasiones que leían con fruicción. Sólo para encontrarse con la severa realidad de un mundo hostil: a menudo algún desalmado se había aprovechado de ellas, o simplemente la policía las había encontrado vagando, hambrientas y sin rumbo por las calles de la gran urbe.
Si Fellini fue el gran maestro del realismo mágico, su primera película ya se situaba en esa categoría, mostrando una parcela de la realidad italiana que, ello no obstante, la prensa había exagerado. Los casos aislados de muchachas que pretendían imitar los romances no eran susceptibles de generalización, y los rotativos convirtieron en problema general del país situaciones anómalas y excepcionales. Quizás podría reprocharse a Fellini el haber entrado en ese juego, contribuyendo con su película a demonizar los cómics y a achacarles una mala influencia que, en realidad, ejercían escasamente.
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