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Fredric Wertham, el azote de los cómics (VI): ¿Rechazado por sus colegas de profesión?

Foto del escritor: agoraprimeraenmiendaagoraprimeraenmienda

Wertham siempre hizo gala de su condición de especialista en salud mental para conferir empaque a los argumentos que esgrimió contra los cómics. Y a medida que sus escritos ganaron popularidad, entre la sociedad estadounidense despertaron respeto y desprecio en partes iguales. Los adalides de la campaña anticómic hallaron en sus escritos un argumento de autoridad, y los citaron como verdades reveladas, dando por sentada su infalibilidad científica. Sus detractores, sin embargo, los tildaron poco menos que de charlatanería barata proveniente de un iracundo elitista que desconocía totalmente el medio.


Pero, ¿y qué opinaban sus propios compañeros de profesión? Lo cierto es que también ellos se hallaban divididos, aunque fueron bastantes más los que cuestionaron a su colega que aquellos que asumieron sus argumentos. Empecemos no obstante por estos últimos.


Una de las ideas nucleares de Wertham era que los cómics, con su constante representación de actos violentos, causaban un profundo daño en los menores, insensibilizándolos y educándolos en una cultura de la fuerza como forma de resolver cualquier conflicto. Y este mismo planteamiento resultó recurrente entre los especialistas en salud mental que se alinearon con Wertham. Tal es el caso de Richmond Barbour, director de la “Child Guidance” de San Diego y cuyos estudios sobre cómics contaban con el respaldo del California Congress of Parents and Teachers. Para Barbour, esa violencia presente en las viñetas acababa conduciendo a una vida desordenada del menor, tendente a la criminalidad y el vicio. Si bien era cierto que los cuentos populares también contenían altas dosis de violencia, los separaba un abismo de los cómics, ya que estos últimos resultaban mucho más realistas y por tanto producían un impacto más intenso en la psique infantil.


Más allá de la violencia, Wertham había cuestionado los "crime comics" por mostrar una imagen decadente de la sociedad estadounidense. Y parece que este argumento convenció a otros especialistas en salud mental, como Richard Van Saun y Lester Beck, que defendieron exactamente la misma idea, y lo hicieron poco después de que Wertham hubiese publicado sus escritos. Por cierto que este argumento de que los cómics mostraban un país corrupto y plagado de criminalidad fue luego empleado por la campaña anticómic para deducir que aquellas publicaciones estaban al servicio del comunismo: ¿quién sino el enemigo ideológico de Estados Unidos tendría interés en mostrar que el "American way of life" no era más que una entelequia?

Hutchinson News Herald (25 de abril de 1954)

Otra de las diatribas empleadas por Wertham contra los cómics residía en las altas dosis de erotismo que contenían. Y con esta idea coincidió particularmente su colega de la clínica Lafargue, Hilde Mosse quien, como vimos en una entrada previa, había participado en el primer simposio organizado por Wertham para hablar de los cómics y que, como él, era de origen germano. Mosse llegó a radicalizar las posturas de Wertham, defendiendo con más intensidad que él el planteamiento de que la carga erótica de los cómics promovía sadismo y homosexualidad.


El lenguaje técnico empleado por Wertham también influyó en profanos en la disciplina, que utilizaron categorías de psiquiatría para apuntalar sus críticas a los cómics. Así lo hizo el sacerdote Preston Bradley en 1945 a través de un escrito publicado en el Southtown Economist de Chicago, uno de los periódicos estadounidenses más activos en la campaña anticómic. Aunque el erotismo de los cómics suponía para Bradley un problema sustancialmente moral, empleó para cuestionarlo también argumentos psicológicos. La excesiva sensualidad de las heroínas (y citó expresamente a Wonder Woman), así como los actos sádicos y masoquistas en los que se veían implicadas entrañaban un caso de lo que los psicólogos habían definido como "algolagnia". Resulta sorprendente el uso del término, acuñado por Shrenck-Notzing en 1899, lo que sin duda delata cómo la campaña anticómic fue absorbiendo conceptos y patrones argumentales de disciplinas científicas con el fin de instrumentalizarlos para sus propósitos. Y en este sentido la intervención de Wertham resultó clave.

El Southtown Economist (Chicago) fue uno de los periódicos más activos en la campaña anticómic, mostrando en ocasiones el parecer de los especialistas en salud mental opuestos a las historietas. Southtown Economist (25 de Julio de 1954)

Otros especialistas coincidieron con Wertham al oponerse no sólo al contenido de los cómics, sino al propio continente, despreciando el recurso de aquéllos a las ilustraciones ya que, a decir el doctor Allan Fromme, interferían en las capacidades lectoras de los niños. Un argumento en el que también había insistido Wertham: la presencia de imágenes convertía a los niños en lectores perezosos (amén de lastrar su imaginación), en tanto que la inclusión de los textos en globos ("balloons") dificultaba el aprendizaje de la lectura de izquierda a derecha. De ahí que Wertham concluyera que los cómics avocaban a una "lectura visual", es decir, a interpretar sólo las imágenes, prescindiendo del texto.


Hay que añadir que la coincidencia de estos autores con Wertham no se limitaba a su común crítica hacia los cómics, sino también en el método que escogieron para exponer sus argumentos. Igual que Wertham, no hicieron uso de revistas científicas, sino sobre todo de revistas de divulgación o incluso de la prensa. Entre los más activos en este sentido se hallaba Richmond Barbour. Barbour publicó en la prensa docenas de artículos referentes a las historietas, en el Oakland Tribune, leídas por el propio Wertham que lo citó en varias ocasiones en Seduction of the Innocent, refiriéndose a él como uno de los especialistas que había estudiado con más rigor los cómics.

Galveston Daily News (12 de agosto de 1956)

Sin embargo, los psicólogos y psiquiatras que discreparon con Wertham fueron bastantes más que aquellos que coincidieron con sus puntos de vista. En realidad, podría decirse que el desafecto resultó mutuo. Wertham se había ganado la animadversión de algunos colegas cuando los acusó en Seduction of the Innocent de ser deshonestos por integrarse en comités de asesoramiento de editoriales que publicaban cómics. Para Wertham, este tipo de comités no representaba más que intentos de blanquear el contenido de aquellas inanes publicaciones. Menospreciando a sus colegas, Wertham los tachó poco menos que de mercenarios.


Sin embargo, no debe considerarse que el rechazo que muchos colegas de profesión dispensaron a Wertham respondiese a una represalia por estas manifestaciones. Más bien deriva de otro motivo, aunque relacionado: si Wertham cuestionaba a sus colegas partidarios de los cómics su falta de profesionalidad, por admitir tan deleznables productos, ellos le respondieron con el mismo planteamiento, a saber, que era Wertham quien demostraba una falta de profesionalidad, porque sus argumentos resultaban obscenamente acientíficos.


Y no faltaban argumentos para sustentar esa crítica: Wertham no había aportado absolutamente ningún dato estadístico que demostrase una relación causa-efecto entre la lectura de los cómics y los supuestos problemas mentales y conductuales que se les atribuía. Y posiblemente esta fuese la crítica que más dolió al autor de Seduction of the Innocent, porque sus colegas le imputaban no emplear en sus análisis un método científico, como sería de esperar en un doctor.


Estaban en lo cierto. Wertham había sabido vender bien su imagen de doctor que aportaba un análisis científico a la campaña anticómic, pero en el fondo ese autobombo resultaba falaz. En primer lugar, en ninguna de sus obras sobre los cómics se mostraba dato alguno estadístico derivado de sus investigaciones, ni indicación de las muestras empleadas, o fijación del método de análisis utilizado. Todas sus afirmaciones se basaban en vaguedades y opiniones. Y un estudio pormenorizado de sus expedientes clínicos ha mostrado que Wertham fue bastante deshonesto, puesto que algunos de los casos que menciona en Seduction of the Innocent ni siquiera fueron tratados por él directamente.


Obviamente, cuando el método está viciado, los resultados quedan invalidados. Y en este sentido, los profesionales críticos con Wertham llevaban razón: ninguna de sus afirmaciones había quedado justificada. No eran más que meras elucubraciones y cábalas sin demostración alguna.

La sección de cuestionarios del doctor Albert E. Wiggam contenía a menudo preguntas sobre la incidencia de los cómics en los niños. Pero la respuesta era siempre la misma: que tal influencia no estaba corroborada o resultaba inexistente. Charleston Daily Mail (19 de julio de 1950)

Bastaba un mero análisis estadístico para percatarse de que los planteamientos de Wertham eran contradictorios. Si más del 95% de los niños de entre 8 y 15 años leían cómics, como constantemente se indicaba en las estadísticas que el propio psiquiatra germanoestadounidense manejaba, y si, como él decía, tales lecturas producían psicopatías, desviaciones sexuales y conductas criminales... ¿cómo era posible que sólo un porcentaje ínfimo de esas conductas se apreciase en menores de edad? Algo no cuadraba: o la mayoría de los niños estaban dotados de una psique privilegiada, que les hacía impermeables a esas influencias o, lo que parecía más sensato, simplemente los cómics no resultaban tan dañinos como describía el furibundo doctor.


Autores como Marshall B. Clinard (Universidad de Wisconsin) o Kimbal Young (presidente de la American Sociological Association) fueron mucho más ecuánimes que Wertham al considerar que un fenómeno como el de la delincuencia juvenil no podía simplificarse, considerando que las acciones criminales de niños y adolescentes respondían sólo a haber leído un puñado de cómics. Se trataba de un problema complejo, y nada demostraba que las historietas pudiesen ocasionar, por sí solas y sin otros condicionantes (familiares, genéticos, socioculturales, económicos...) trastornos psicológicos. Frintz Redl (autor del libro Children Who Hate) y el doctor Ralph S. Banay (autor de la monografía We Call Them Criminals) concedían mayor peso en la criminalidad juvenil a un modo de vida desordenado que debía gestarse, además, durante al menos ocho años para producir esos devastadores efectos.


Muchos de los profesionales detractores de Wertham, como Paul Andrew Witty (profesor de Psicología Educativa en las Universidades de Kansas y Northwestern), Sophie Shcroeder Sloman (directora del Institute for Juvenile Research de Chicago), Ralph D. Rabinovitch y Maurice Newburger (del Ohio Juvenile Diagnostic Center) equiparaban la lectura de cómics con la de los cuentos folclóricos de siempre que, lejos de ocasionar un daño psicológico, encerraban enseñanzas importantes para el proceso de maduración del menor. Porque, si de violencia se trataba, ciertamente las historias infantiles de los Hermanos Grimm, o de Hans Christian Andersen contenían no pocas descripciones escabrosas, impactantes y crueles.


En este sentido, hubo especialistas como los doctores Robert Fawcett y John R. Cavanagh que se colocaron en el extremo opuesto a Wertham: la lectura de cómics resultaba incluso positiva, por cuanto fomentaba la fantasía y proporcionaba valores como el sentido de la justicia. Era por ello que algunos especialistas, a pesar de lo que Wertham pensase de ellos, se habrían decantado por formar parte de comités editoriales de editoriales que publicaban cómics. Los casos más conocidos fueron los de William Moulton Marston, quien desempeñó un papel incluso más activo para la industria, creando el personaje Wonder Woman, así como el de las doctoras Lauretta Bender y Josette Frank, que igual que el primero desempeñaron sus tareas para National Comics. Marston publicó un escrito con el clarificador título de "Por qué cien millones de norteamericanos leen cómics", en el que justificaba la bondad de estas lecturas. Por su parte, Bender y Frank fueron extremadamente activas en su defensa de los cómics, participando en el Subcomité del Senado que estudió su relación con la delincuencia juvenil, y publicando numerosos trabajos en los que calificaban a las historietas como "folklore moderno".


Otros expertos en salud mental, como el doctor George Washington Crane (profesor en la Northwestern University de Illiniois) también desmontaban el argumento de Wertham de que los cómics convertían a los niños en analfabetos; muy al contrio, los describió como "la mayor invención del siglo XX para estimular la lectura", al margen de conformar un estímulo para la consolidación de la familia, puesto que resultaba frecuente que todos sus miembros compartieran esas lecturas y las comentaran entre sí.


El doctor George W. Crane publicaba en varios periódicos la sección "The Worry Clinic", donde muy frecuentemente trató sobre los cómics, siempre en un sentido antagónico a Wertham. Lumberton Robesonian (27 de junio de 1955)

A diferencia de Wertham y sus seguidores, buena parte de los profesionales que cuestionaron sus opiniones solieron decantarse por exponer sus posturas en revistas puramente científicas, como lo hizo por ejemplo Harvey Zorbaugh (New York University’s School of Education­), quien coordinó un número de la Journal of Education Sociology dedicado a la relación entre cómics y psique infantil. En este sentido, Wertham no sólo fue cuestionado, sino que sufrió la afrenta en el terreno en que más podía dolerle: el de las revistas académicas, desmontando su imagen de rigor profesional. Como excepción hay que mencionar al citado profesor Crane, cuyos argumentos fueron expuestos en la prensa, a través de la columna "Worry Clinic".


Aclamado por buena parte del público, Wertham no halló por tanto igual fortuna entre sus propios colegas. No se trataba ya de que los integrantes de la industria del cómic lo denostaran (algo comprensible, porque los escritos de Wertham les perjudicaba) sino que tampoco halló complicidad entre sus compañeros de profesión. Eso debió de doler.

 

Para saber más:


Un análisis más detallado de estas distintas posturas lo he elaborado en mi trabajo “«Veneno para la mente». La participación de los especialistas en salud mental en la campaña anti-cómic estadounidense (1940-1960)”, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. 36, núm. 129, 2016, pp. 63-78. Allí podrán encontrarse citadas todas las fuentes de donde he extraído las posturas de cada uno de los especialistas mencionados en esta entrada del blog.


Sobre la falta de rigor científico de Wertham véase el extraordinario texto de Carol L. Tilley, "Seducting the Innocent: Fredric Wertham and the Falsifications That Helped Condemn Comics", Information & Culture, 47, 4, 2012, pp. 383-413. Consultando los archivos de Wertham, la profesora Tilley ha demostrado que muchos de los expedientes citados en "Seduction of the Innocent" no habían sido examinados por él, o no coincidían con lo que en el libro decía de ellos.



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