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Elitismo y cultura popular: el acoso a las "dime novels"

La literatura popular siempre ha estado en el ojo del huracán. Por lo general, debido a no contar con los parabienes de autoproclamados intelectuales que, bajo una mirada elitista, pretenden reservar la categoría de "cultura" para aquellos productos que cumplen con unos estándares de calidad fijados por ellos mismos.


En el siglo XIX fueron las "penny dreadfuls" que se publicaban en Inglaterra, y las "dime novels" que nacieron en Estados Unidos, las que sufrieron el desprecio de quienes pretendían ostentar el monopolio de qué era, o no, "buena literatura". Las "dime novels" debían su nombre coloquial a su precio: costaban "one dime", es decir, una moneda de diez centavos. La primera obra de estas características fue escrita por Ann Sophia Winterbotham Stephens, una culta mujer de Connecticut, fundadora del Portlant Magazine. Publicada en 1839, la novela en cuestión se tituló Malaeska. The Indian Wife of the White Hunter y, como delata su título, tenía por protagonista a una mujer. Todo un hito: una mujer había creado un nuevo género literario, siendo además protagonizada por una persona de su mismo sexo.


Retrato de Ann Sophia Winterbotham Stephens

A pesar de ello, habría que esperar a 1860 para que el texto (al que también se considera precursor del género romántico) alcanzara auténtica notoriedad y se convirtiera en la primera "dime novel". En el citado año, Irwin Beadle y Robert Adams escogerían la obra de Winterbortham para inaugurar una nueva colección, Beadles’s Dime Novels, concebida para captar al gran público, como reflejaba su subtítulo: "¡Libros para el millón!".


Portada de "Malaeska", en la edición de Beadles’s Dime Novels

La propuesta de Beadle y Adams obtuvo un éxito inmediato. No se trataba de sesudos textos, sino de obras ligeras y entretenidas, publicadas en formato de revista, que eran leídas con deleite por las capas populares, tanto adultos como niños. Apenas cuatro años después de que hubiese nacido, la colección Beadles’s Dime Novels ya estaba vendiendo la friolera de cinco millones de copias en Estados Unidos, llegando a parajes recónditos gracias a la construcción del ferrocarril, a cuyo través se distribuían por el servicio postal. De hecho, puede decirse que el crecimiento de las "dime novels" discurrió paralelo al de la propia red ferroviaria estadounidense.


Aprovechándose de ese éxito, no tardaron en surgir otras editoriales dedicadas a las "dime novels" y también empezaron a diversificarse los géneros. El más popular fue, sin duda, el del oeste norteamericano, y de hecho, precisamente a las "dime novels" se debe el nacimiento del género del western. Un género que se leyó con especial interés durante la Guerra Civil estadounidense, momento en el que incluso Abraham Lincoln se reconocía como un gran aficionado.



La dura competición por atraer a los lectores, y a los diez centavos de sus bolsillos, provocó que las "dime novels" incluyesen un contenido cada vez más escabroso. Si los westerns habían servido para mitificar la figura del pistolero aventurero (sobre todo a Buffalo Bill), tuvieron también el efecto pernicioso de retratar al indio americano como un ser vil. A menudo se narraban historias en las que su lascivia les llevaba a raptar a mujeres blancas. Y en los Estados sureños tampoco faltaron las "dime novels" en las que eran esclavos negros los que perpetraban tan reprochable acción.


El cine del Oeste ha reflejado en ocasiones la presencia de las "dime novels" narrando la vida de personajes de la época. Arriba, escena de Unforgiven ("Sin Perdón", Clint Eastwood, 1992); abajo, imagen de la miniserie Hatfields & McCoys (Kevin Reynolds, 2012)


Estos temas de las "dime novels", unidos al inusitado interés popular, acabó despertando las sospechas de los paladines de la moralidad, que no tardaron en mostrar su iracundo rechazo hacia unos productos que consideraban inanes e indignos de ser considerados como "auténtica literatura". Como suele suceder en la puritana sociedad estadounidense, lo primero que provocó rechazo fueron las referencias sexuales, motivo por el cual empezó a catalogarse a las "dime novels" como productos obscenos.


En 1878, Harrieta Oxnard Ward, pseudónimo de la escritora Clara Jessup Moore, acusó a las "dime novels" de promover "pasiones impuras" en una conocida obra destinada a enseñar modales a la alta sociedad en la que ella misma, una acaudalada burguesa de Massachusetts, se movía (Sensible etiquette of the best society, customs, manners, morals, and home culture, 1878). Unos años antes, el médico William Wallace Sanger había llegado incluso más lejos, afirmando que la lectura de esas novelas constituía una de las causas por las que la prostitución seguía vigente (History of prostitution. Its extent, causes, and effects throughout the World, 1858).

El género detectivesco también tuvo gran presencia en las "dime novels", sobre todo gracias a la popularidad de la conocida Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, contratada por ejemplo para acabar con la vida de Jesse James

Pero el principal hostigador de las "dime novels" fue el intransigente Anthony Comstock, un puritano excombatiente de la Guerra Civil, oriundo de New Canaan (Connecticut), que fundó en 1873 la New York Society for the Suppression of Vice, posteriormente imitada en otras localidades, como Chicago, Louisville, Cincinnati, San Francisco y Boston. Estas sociedades autoproclamadas guardianas de la moralidad contaron además con el respaldo de poderosos diarios como el Tribune y el Times de Nueva York o el Transcript de Boston, e igualmente recibieron el apoyo de organizaciones cívicas como la Woman’s Christian Temperance Union, una de las principales promotoras de la ley Volsead (1917) por la que se abolía el consumo de alcohol. Pero esas agrupaciones formadas por Comstock o sus imitadores curiosamente también hicieron piña con agrupaciones del reformismo progresista, como la American Social Hygiene Association, que vieron en ellas un respaldo a sus pretensiones de abolir la prostitución.

Retrato de Anthony Comstock

La postura de Comstock frente a las "dime novels" se encuentra perfectamente plasmada en su principal obra, Traps for the Young, publicada en 1883, y cuyo título no puede resultar más elocuente. A través de una sucesión de catilinarias, Comstock mostraba lo que él consideraba ardides tendidos por el diablo para tentar a la juventud estadounidense. Y uno de ellos era, obviamente, la publicación de "dime novels", a las que dedicó todo un capítulo.


Las críticas de Comstock evidencian esa mentalidad elitista antes referida. Basta ver cómo de mano se refería a las "dime novels" como "cuentos tontos e insípidos, historias jergales escritas en el dialecto propio de las cantinas". Como ha sucedido (y sigue sucediendo) habitualmente, estas posturas elitistas luego se acompañaban de otros argumentos que pretendían respaldarlas. Para Comstock, los contenidos obscenos y violentos de las "dime novels" resultaban un mal ejemplo para sus lectores, ya fuesen clases sociales menos cultas ya, sobre todo, niños, de modo que aquellas lecturas "ensucian la imaginación, destruyen la paz doméstica, destrozan hogares, denigran la virtud femenina, y forjan groseros abusones, vagabundos, ladrones, forajidos y libertinos".


Contando Comstock y sus afines con los ya referidos apoyos, no debe extrañar que esas opiniones, por más subjetivas e irracionales que resultaran, acabasen por acarrear lamentables episodios de censura. En Boston, por ejemplo, la New England Watch and Ward Society, liderada por Jason Frank Chase, acabó convirtiéndose desde 1916 en una suerte de fuerza cívica del orden que recorría las calles buscando a quienes vendían "dime novels" para presionarlos y evitar las transacciones. Algunos de los miembros de estas sociedades "antivicio", como Charles Benedict, eran jueces, de forma que estaban predispuestos a ordenar detenciones en aplicación de la legislación antiobcenidad.


La inseguridad para los libreros fue tal, que en Boston llegaron a aceptar la constitución de una especie de jurado popular, el Boston Booksellers' Committee, que elaboraba listados indicando a los comerciantes las obras que no debían vender por ser obscenas. El sistema funcionó durante más de una década (1915-1927), a pesar de que había quien se negaba a transigir con tal forma de censura social. Como el famoso periodista Henry Louis Mencken, quien con toda razón consideraba inadmisible que un grupo de personas, sin autoridad alguna, decidiesen qué podían leer o no los bostonianos. Lo preocupante, para Mencken, era que el sistema se había extendido como una infección por todos los Estados Unidos, aunque en ningún sitio había alcanzado la perfección de Boston: “casi todos los Estados de la Unión tienen una ley tan ofensiva como la de Massachusetts –concluía–. Pero ningún Estado dispone de un sistema perfecto de Crítica Preventiva hasta que no encuentra a su propio J. Frank Chase".


Quién diría que dos siglos después seguimos tenenido nuestros particulares Frank Chase, que nos "ilustran" sobre qué debemos leer, decir y opinar.


 

Para saber más:


Sobre las "dime novels" la literatura es abundantísima, pero entre las obras más interesantes puede mencionarse la de Michael Denning, Mechanic accents: dime novels and working-class culture in America, Verso, London, 1998.


Sobre Anthony Comstock recomiendo la lectura del artículo de Ralph K. Andrist, "Paladin of Purity", American Heritage Publishing, vol. 24, núm. 6, 1973. Para una visión más global de las campañas del puritanismo contra las "dime novels" resulta imprescindible la lectura de Paul S. Boyer, Purity in Print. Book Censorship in America from the Gilded Age to the Computer Age, The University of Winsconsin Press, Wisconsin, 2002. Una obra enormemente interesante y de una minuciosidad extraordinaria.

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